Dimas Arrieta Espinoza
En estos tiempos de modernidad y donde se hace a un lado las
humanidades, una doble celebración nos motiva la aparición de un poemario como Malvas (Ediciones Casa tomada: 2013), de
Nora Alarcón. Poeta que en nada nos hace sentir una voz de género, sino es el
sentir y aliento de la poesía, esa fuerza verbal de una vida en cruzada firme
con su realidad.
Por lo
tanto, es un libro de poesía y no un poemario, rectificamos. No es una colección de los mejores poemas de
la autora, que ha escrito en una época y se publican con un título
sobresaliente, no, Malvas es más que
eso. Está ensamblado bajo una unidad temática desde el primer texto hasta el
último. Impactantes imágenes circulan y sugieren cada poema: “Tatuaste el
olvido en un maguey / aparta de mí el viento que nos conduce al torbellino y al
adiós.” (Pág. 12).
Hay que
tener en cuenta que Nora Alarcón (Ayacucho, 1967), anteriormente ha hecho
propuestas poéticas interesantes como Alas
del viento (2000), Alas de soledad
(2005), y Bellas y suicidas (2010), discursos
que han diseñado estos logros, ahora con Malvas,
donde encontramos los derroteros y búsqueda de una voz propia y personal.
Creemos que, ahora la poeta ha encontrado el epicentro en su discurso poético
afinado a su propia identidad cultural y literaria.
La
maduración verbal, en un poeta, es una fruta cuya dulzura se siente y se logra con
el ejercicio de los años. La poeta Nora Alarcón logra con su libro Malvas, disfrutar de esa delicia. Esos
hallazgos idiomáticos de elevar una lengua hacia un altar privilegiado, es
decir, lograr la vigencia y consistencia en el tiempo. Ese privilegio se puede
obtener con el arte mayor que viene a ser la poesía. Como sabemos, lo mejor de
una lengua y de una época se expresa en la
magia de este viejo arte verbal.
Encuentros que potencian el idioma y
fortalecen una tradición lírica como la peruana. El lenguaje, objeto y esencia
de la poesía, recurre y conquista tamañas empresas, emprende proyectos verbales
que singularizan una época, con sus tonos, con sus ritmos, que obedecen a esa
buena madriguera verbal de un tiempo. El ejemplo más preciso lo apreciamos, con
la publicación del libro Poetas peruanas
de antología (Mascapaycha Editores 2009), del crítico literario Ricardo
González Vigil, con más de 660 páginas y
con una visión completa de la producción lírica hecha por mujeres en el Perú.
Con estos antecedentes, la propuesta
de Nora Alarcón, responde a una poética de su tiempo, a sus vivencias y
experiencias exprimidas de los de las oscuras épocas que le ha tocado vivir:
“Allí yacerán mis huesos marcados por los gemidos, inundados / por su tromba de
amor. / Hasta que se liberen los aromas de los jazmines” (Pág. 28). Hay versos
cuya fuerza significativa y sus compromisos no están en los enunciados
explícitos, sino en la provocadora sugerencia de un mundo implícito.
Está su pueblo, sus paisajes,
(Ayacucho), la presencia de su padre (el Morochuco), como un diapasón que
administra los tonos de cada texto en el libro. Se despiden ciertas nostalgias,
el pasado que solo sirve de un aviso y referente para que no vuelva a su
destino.
“En Ayacucho y sus calles yo tenía
ganas de fundirme
con el calor o las palabras.
Devoré los poemas como las codornices
los pétalos
de los geranios.
Recorrí muchos kilómetros sentada en
una cabuya.
Solo para tenerte.
Al final de este tránsito llegué
adonde las nubes se juntan y disuelven.” (Pág. 23).
Pero en todos los discursos está el amor, con diversos
rostros de lo que fueron y son camino hacia el olvido. Por momentos es un libro
duro, pero libertado en la esperanza, en un nuevo día alumbrado por el sol de
la armonía. La tierra y los cielos ayacuchanos se dan cita en esta poética, a
puro viento se hacen notar esas presencia únicas.
Los referentes regionales, los andes,
el pueblo donde se desarrolló toda una infancia, se sienten hoy más que nunca y
tienen presencia en este libro de poemas. Se suelda cuentas, se pacifican viejas
heridas, se perdonan los sinsabores nacidos en las adolescencias porque son:
“Niebla de las penas más duras,
oculta de mí el abismo
de su ausencia.
Déjame soñar con las rosas de las
lápidas.
Ayúdame a recordar mi propia muerte
en tus ojos.
Yo lo adoraba, niebla mía, pero mi
amor fue derrumbado
por la lluvia de su sonrisa suspendida que asfixia y parte.
Se fue con las calandrias y se
convirtió en cenizas.
Ahora el polvo es su refugio.” (Pág. 27).
Por eso celebramos este libro de poemas, porque en todos sus
textos se buscan nuevas imágenes en viejos tópicos.
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